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jueves, 19 de marzo de 2009

Mucho cuento: cuentística


Los cuentos nunca están de más porque hacen falta para vivir, o al menos yo los necesito para eso. Pero, igual que las poéticas, las cuentísticas sobran. O deberían sobrar si los cuentos fueran tomados como lo que son: autosuficientes, exentos.

Hasta no hace tanto, yo creía que cualquier texto hablaba sin intermediarios: aparte de los críticos, al margen de modos de moda, sin las fuerzas publicitarias que impiden hasta nuestra conciencia de las mismas. En cambio, ahora, tras sufrir de experiencia, estoy muy convencido de que un cuento -por ejemplo de Chejov o Carver o Cortázar o Borges o Maupassant o Bierce-, presentado a un concurso limpio bajo plica, jamás cantaría bingo. De modo que, como en realidad los cuentos no son autosuficientes y como el texto es el contexto (no sólo el literario, sino todo el contexto), a veces hay que escribir lo que debería estar de más: poéticas, cuentísticas...

No tengo cuentística. Lo poco que pueda creer saber lo he alcanzado leyendo historias y pongamos que por ósmosis. Más tarde me enteré de lo que eran estructura, intensidad, efecto único, final abierto, punto de vista, personas narrativas, prolepsis, elipsis, una anáfora, transiciones, la diferencia entre trama y argumento...

Antes me gustaban más los cuentos de estilo brillante y un final feroz. Ahora prefiero esos cuentos cuyo lenguaje corre casi invisible y que no acaban con un zambombazo; esos cuentos que, desde Chejov y Maupassant pasando por Salinger y Carver, han vuelto a llegarnos llenos de ambigüedad con apariencia de neutros. Pero, aparte de los malos, no desprecio ningún cuento de ninguna clase.

Paso de géneros y subgéneros: me da lo mismo que el cuento esté más cerca de la poesía que de la novela, o viceversa; me importa un nenúfar que un cuento largo sea o no lo mismo que una novela corta o que haga falta en español la palabra nouvelle; no tengo ganas de pensar si una novela es un cuento alargado, ni si un cuento es una novela que se ha concentrado; y tanto me monta que un cuento se parezca más a una foto o a un corto cinematográfico.

Paso de las historias malas o mal contadas.

Y no puedo, en cambio, pasar de lo que me parece tan bueno y me gusta tanto que me hace vivir, sea cuento, novela corta, novela o un novelón.

A pesar de todos los estudios, estoy convencido de que lo único que hace que un cuento sea un cuento y no otra cosa es su extensión. La extensión es el único elemento constitutivo del cuento y, si no la esencia del cuento, es la causa de esa esencia. Todo lo demás -efecto único, intensidad y tensión, frontera con lo poético, economía de medios, que no sobre nada...- no lo creo constitutivos esenciales, sino derivados de la extensión de un relato, porque a ver cómo metes veintiocho personajes en siete folios y eso funciona; todo lo demás que no sea extensión -dos, ocho, veinte, cincuenta, doscientos folios- aparece o no y aparece más o menos o de una y otra forma para conseguir que la historia funcione: si funciona, es buena. Así que menos gaitas.

No creo en la marginalidad del cuento, como tampoco creo en la marginalidad de la poesía, porque, desde que existen, ambos gozan de muy buena salud. Pero una cosa es mercado y otra, literatura.

He escrito algunos cuentos que no me vuelven loco, una novela que tampoco me enloquece y otra que pretende ser novela de cuentos. Alguna vez, antes de morir, me gustaría poder escribir una buena novela sobre el dinero, y otra sobre cómo la vida de ahora mismo ya fue anticipada por Manuel Bueno y Andrés Hurtado.

Luis T. Bonmatí



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"Aún una vida feliz no es factible sin una medida de oscuridad, y la palabra felicidad perdería su sentido si no estuviera balanceada con la tristeza. Es mucho mejor tomar las cosas como vienen, con paciencia y ecuanimidad"

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